En una era marcada por el consumo rápido de contenidos digitales, la lectura sostenida aparece como una práctica en retroceso, pero más necesaria que nunca. Diversos estudios coinciden en que leer con regularidad no solo enriquece el vocabulario y mejora la comprensión, sino que también tiene efectos positivos en la salud mental, la empatía y la toma de decisiones. Según la UNESCO, el hábito lector es uno de los principales factores asociados al éxito educativo y al desarrollo cognitivo a largo plazo.

Neurológicamente, la lectura estimula áreas del cerebro vinculadas con la memoria, la concentración y la imaginación. Un estudio de la Universidad de Stanford reveló que leer literatura compleja activa redes neuronales similares a las que se activan durante la resolución de problemas o ejercicios de meditación profunda. Además, la lectura frecuente puede retrasar el deterioro cognitivo en adultos mayores, siendo un factor protector frente a enfermedades como el Alzheimer, según la revista Neurology.

En el plano emocional, leer también genera beneficios concretos. La lectura de ficción, por ejemplo, favorece el desarrollo de la empatía al permitir ponerse en el lugar de otros personajes y realidades. Esto se traduce en una mayor comprensión social y sensibilidad hacia los demás. Por otro lado, el acto de leer puede funcionar como una forma de autocuidado: se ha comprobado que dedicar al menos 15 minutos diarios a la lectura reduce los niveles de estrés hasta en un 68%, según datos recogidos por la Universidad de Sussex.

A nivel educativo, el impacto de la lectura es contundente. Niños y adolescentes que leen por placer presentan mejores resultados en comprensión, redacción y pensamiento crítico. En Argentina, sin embargo, el panorama es preocupante: las últimas pruebas PISA de 2022 ubicaron al país por debajo del promedio regional en comprensión lectora. Ante este escenario, expertos señalan la importancia de fomentar la lectura en el hogar, en las escuelas y en espacios públicos accesibles.

El acceso al libro, no obstante, sigue siendo desigual. Mientras algunos sectores pueden acceder a ediciones físicas y digitales con facilidad, otros dependen de bibliotecas públicas o iniciativas comunitarias. Programas como “Leer 20-20” o las campañas impulsadas por la CONABIP buscan reducir esta brecha y promover una cultura lectora más democrática. Las ferias del libro, tanto nacionales como barriales, también cumplen un rol clave en el acceso y la circulación de libros a precios accesibles.

Con el auge de los dispositivos móviles, surgen nuevos desafíos y oportunidades. Aunque la lectura en pantalla ha crecido, especialmente entre los jóvenes, muchos especialistas advierten que la calidad de la lectura digital suele ser más superficial y fragmentada. Sin embargo, plataformas como eBiblio, Scribd o incluso las redes sociales literarias como Goodreads, están generando comunidades lectoras activas que aprovechan la tecnología para intercambiar, recomendar y descubrir lecturas.

Lejos de ser una práctica del pasado, leer es una herramienta clave para entender el presente y construir un futuro más crítico, informado y empático. Más que un simple pasatiempo, la lectura es una forma de resistencia frente al vértigo de la inmediatez, y una puerta abierta a mundos diversos, ideas profundas y experiencias transformadoras. Fomentarla es, hoy más que nunca, una inversión cultural y social de largo plazo.

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